¿Para qué hacer psicoterapia?

En lo que llamamos psicoterapia se produce un encuentro entre dos personas. Una ofrece ayuda y otra acepta la oferta. La primera, el terapeuta, pone a disposición de la segunda sus conocimientos, una preparación específica, para que la segunda pueda averiguar cosas de sí mismo que le mantienen en una situación de sufrimiento: una relación de pareja llena de conflictos, un trabajo que odia y en el que se siente atrapado, dificultades en su modo de relacionarse con otras personas, etc.

La cuestión de fondo es que la persona que acude a psicoterapia está reconociendo que sola no puede resolver esa situación de malestar, que lo ha intentado una y otra vez, que no haya la solución. No la haya, aunque está en ella misma. El terapeuta sabe esto y el paciente lo intuye y, en parte, lo teme.

En el comienzo de una psicoterapia el paciente no está dispuesto a cambiar tantos aspectos de sí mismo como pudiera parecer cuando expresa su demanda. Si así fuera, ya habría cambiado. Realmente una parte suya quiere cambiar y otra parte no, e incluso, se resistirá con mayor o menor conciencia al cambio.

¿Y para qué cambiar?

Si queremos resultados distintos, habremos de hacer algo distinto. Obtenemos el mismo resultado, es decir, tropezamos siempre con la misma piedra porque repetimos un mismo patrón de comportamiento.

A pesar de que no queremos sufrir, no podemos dejar de hacerlo. Lo que nos mueve a tropezar con la misma piedra, sin llegar a aprender que está ahí, es que no nos “percatamos” de su presencia hasta chocar con ella. Si alguien nos avisara, no dudaríamos en evitarla.

El problema, al final, se reduce a que no nos damos cuenta de los obstáculos hasta que sufrimos sus consecuencias negativas. En este punto es donde reside la ayuda que ofrece el terapeuta. Por eso podemos decir que el terapeuta es un avisador de obstáculos, un entrenador del darse cuenta.

Lo siguiente es preguntarnos para qué repetimos algo que nos perjudica. No es lógico que nos hagamos daño. No estamos hechos para destruirnos. Al contrario, estamos hechos para vivir y construirnos. Y eso es lo que hacemos: vivir para crecer.

En algún punto estará, pues, el problema. En el mismo diseño de construirnos activamente, lo que nos sale mal, lo cambiamos y lo que nos sale bien lo mantenemos. Cuando hacemos algo y eso nos trae un resultado positivo tendemos a mantenerlo y a repetirlo.

Cuando nos sale mal, procuramos cambiarlo. Siempre estamos en un continuo ajuste con el entorno buscando una situación de equilibrio en la que tenemos una experiencia que describimos como bienestar. Esta capacidad de ajuste es algo consustancial a estar vivo y crecer. Crecer es ajustarse, orientarse hacia el equilibrio.

Esto lo venimos haciendo desde que nacimos y lo seguiremos haciendo hasta que finalice nuestra vida. Venimos a este mundo sin saber cómo es esto.

Durante nuestros primeros años nos creamos una visión de lo que aquí hay. De niños somos tremendamente creativos y adaptables, y hemos de sobrevivir emocionalmente en condiciones bastante precarias en la mayoría de los casos.

Con la gran capacidad de vida, ajuste y crecimiento que tenemos siendo niños, buscamos la mejor solución a aquellas circunstancias en las que nos sentimos abandonados, poco queridos, abusados (y no sólo sexualmente), humillados, olvidados, manipulados, etc. Y nos construimos un modo de relacionarnos con el mundo que resultó exitoso y nos ayudó a continuar viviendo y creciendo.

Como decía más arriba, cuando los resultados son buenos, tendemos a repetir aquello que nos condujo ahí. Al final, esto es lo que hacemos: repetir lo que nos salió bien y, sin duda, así fue. El error está en que aquello que hicimos de pequeños, adaptarnos, no es algo exclusivo de la infancia, sino que ha de ser una actitud activa durante toda la vida. El error está en que no nos damos cuenta de que el paso del tiempo conlleva cambios en nosotros mismos y en aquello que nos rodea, que ya no tenemos 2, 4 ó 9 años, sino que somos adultos, que ya no estamos tan indefensos, que tenemos muchos recursos como adultos, que las personas con las que nos relacionamos no son aquellas de nuestra infancia, que pudimos sentirnos abandonados o humillados por algunas personas importantes allá entonces, pero que aquellas personas han desaparecido porque también ha pasado el tiempo por ellas o porque simplemente ya no están.

En la infancia evitamos el dolor de aquellas situaciones conflictivas en las que nos jugábamos la supervivencia emocional y nos funcionó la solución lograda. En nuestro diseño está la tendencia a evitar el dolor y lo conseguimos. Es este mismo diseño de evitación del dolor lo que nos hace en la actualidad aferrarnos a la solución vieja. La importancia de vivir el presente deriva de que es en el aquí y ahora el lugar y tiempo en el que vivimos y crecemos.

El ayer no existe, salvo en nuestro recuerdo. Es la supresión de nuestra capacidad de ajuste creativo por evitación del dolor lo que nos hace tropezar una y otra vez con la misma piedra. ¿Para qué hacer psicoterapia? Desde el punto de vista de la psicoterapia gestalt, para hacer un nuevo ajuste.

Pero este ajuste, no lo olvidemos, implica entrar en contacto con el dolor y esto no lo podemos hacer solos. Es la compañía del psicoterapeuta con sus conocimientos y su humanidad, la que nos ayudará a poder revisar cómo hicimos allá y entonces, la que nos ayudará a ver cómo hacemos aquí y ahora, la que nos ayudará a generar nuevas respuestas en el presente y, en definitiva, la que nos ayudará a poner al día nuestra capacidad creativa de ajuste con el mundo.

Por eso, la psicoterapia no es sólo algo que se hace para solucionar un problema concreto, sino algo que repercute en nuestro modo de estar en el mundo y que tiene efecto para el resto de nuestra vida.

EXCELENTE

EXCELENTE, me animó a ir a terápia y en especial gestalt

Me encanto el articulo, tenia dudas de si empezar o no terapia y no me dejo duda de que es un gran paso para empezar a solucionar problemas internos, EXCELENTE

muy bueno, solo me falta decidirme...!!!!gracias